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A lo que huele Septiembre y octubre: Vendimia.
Una época de ritual para el que tiene viña, él o su padre, madre, o abuelos. También, para aquellos que han vivido y vuelto a sus orígenes, en aquellos pueblos casi olvidados donde por suerte, había y sigue habiendo viña, a pesar de las políticas de arranque y olvido pasadas… no creo que el abandono sea la solución. Otra opción ha sido la reestructuración, variedades mejorantes, emparrado… entiendo que hay que hacer la viña-explotación rentable, pero donde se ponga una airén, cencibel-tempranillo, garnacha, verdejo, bobal, monastrell, macabeo-viura, moscatel… decenarias y alguna que supera la centena de años, que se quite una petit verdot, cabernet sauvignon, chardonnay de uno o dos quinquenios en el mejor de los casos. “Pezqueviñas no… por favor, déjalas envejecer”. No dudo del potencial de estas variedades cuando vayan cogiendo edad. Ya se hacen buenos vinos, pero sin duda, mejorarán, aunque no se nos puede olvidar que en otros mercados se nos conoce por las autóctonas.
Mi suerte, haber nacido en un pueblo eminentemente vitícola y seguir viviendo en otro cercano donde una de las primordiales fuentes ingreso es la uva, la vid, el campo, la viña… amigos “viñeros” –como decimos por aquí- o vinateros (los que se dedican a la elaboración). Da igual en proceso en el que participan, el caso es que sonríen cuando te ven subidos en su tractor, con el remolque, grande o más grande (nada que ver con los remolques poco mayores que una caja de cerillas tirados por una mula) cargado de uva en dirección a la cooperativa, grupo o bodega de turno. Amigos o familia para los que veinte días de intenso trabajo aportan el dinero del próximo año, y el buen hacer del año anterior… todo el ciclo vegetativo de la vid es importante, desde la poda, pasando por el “escardille”, tratamientos, nubes de azufre, cambio de “gomas” para los que tienen suerte de tener viña de “reguerío”, todo ello para culminar con la vendimia. Todo o gran parte del pueblo, gana con las grandes cosechas y se empobrece con las malas.
Qué decir de los enólogos… esos días ni les hables. Se juegan su prestigio o trabajo además del pan de cientos de viticultores. Por supuesto, el honor y la buena gestión de los rectores (cuando hablamos de cooperativas). Si hablamos de bodegas particulares, la cosa no cambia. A mejor marca, mayor precio del vino, mayor exigencia para el enólogo y su equipo. Da igual sea Vega Sicilia o la Cooperativa del Cristo de la Salud.
El precio final, fama del vino o resultado en cata, puede ser mejor o peor, granel, garrafa o botella, da igual, hay mercado para todos, lo que es innegable es el esfuerzo, sudor y dedicación del viticultor a su explotación. Si el vino se pagase de acuerdo al esfuerzo del cultivo, seguramente habría menos diferencia en el precio de venta-compra. Bien sé lo que digo y mejor aún lo saben los que tienen las manos curtidas de trabajar la viña.
La lástima es que no haya más jóvenes que continúen con la tradición del cultivo, tal vez la crisis está haciendo que se vuelva a la viña como único recurso. Otros menos jóvenes como Lorenzo, “moscas” para los muy amigos, o Pepe, Antonio, Jesus… da igual el nombre. Unos conocidos y otros de vista… todos ellos trabajan por lo mismo. Al final todos curamos el alma con los vinos que son el proceso de fermentación de los mostos, que vinieron de estrujar la uva que unos cuantos vendimiaron de la viña de “x”, da igual su nombre, las horas y esfuerzos dedicados son los mismos.
El olor en esta fecha es el mismo… mosto fresco y uva, ¿Cómo no? El humo de los tractores camino de la bodega, a fermentación y sulfuroso, la masa del pan, el horno del pueblo que duplica su producción y abre incluso los domingos… hablo de tahonas, de pan de pueblo y no de baguette pre-cocida y congelada de gasolinera. De tortas de mosto que meriendan los vendimiadores, de arrope que se tira toda la tarde cociendo en el perol granate heredado de la abuela, el de toda la vida.
Los que han tenido ocasión, seguro que recordarán el olor del aceite para el muelle de las tijeras de vendimiar que se mezcla con el mosto reseco y algo de tierra (que cosa tan sencilla y cuanto se marca), el olor a hierro, a forja… cuando iba de pequeño a la fragua de “Fernando el herrero” donde te cruzabas con los “caporales” preparando o reparando aperos o enganches del tractor y/o remolques. ¿Cómo no?, afilando las tijeras de vendimiar. Ahora parece que fueran casi de usar y tirar.
También, en esta fecha, a pimiento rojo asado, base del conocido “asadillo”, bien en los hornos que aprovechan el calor de cocer el pan, bien en las propias casas, en el horno o en la cazuela horno “ROS”. A tortilla española para el día siguiente, a pisto, a mojete de tomate moruno, a migas de gañan en la viña, y a migas ruleras con chocolate o uvas para la cena (como las de madre, bien sabe Dios que ningunas), a gachas manchegas con tocino y chorizo de Rualco o Práxedes el día de lluvia, a patatas con bacalao comprada en los -Ultramarinos de Agustinillo el casillero-, un día normal para el “rancho de vendimia”. ¿Cómo no?, unas aceitunillas manzanilla sabor anchoa bien servidas, un trozo de escabeche de rueda, unas sardinas “salás” o unas galletas hojaldradas a granel… si al pagar te sobran dos pesetas, unos caramelos “pictolines” de vuelta. Lástima que de éstos ultramarinos solo quede el nombre y los pictolines. El resto es tabaco, hoy es un estanco.
Todo ha cambiado, ya no se guisa en el corte (se pierde mucho tiempo), se acabó el llegar a la viña en el remolque sentado sobre una manta con la que te tapas para evitar el frio vespertino… Llegas con el culo y la espalda machacada de los botes del remolque, y de ahí a vendimiar. Ahora se llega en Opel o Renault, los más privilegiados en Range Rover cinco minutos antes. Las 8 horas de rigor más la siesta a cubierto y vuelta a casa de día. Sólo falta llamar a Telepizza para que lleve 7 familiares de pepperoni a la cuadrilla de “perniles” en el paraje de “La Pertusa”.
Lo que no ha cambiado es el olor a tierra mojada, el olor del rocío… para los de ciudad, que piensen que eso del olor del rocío solo es un anuncio de compresas, les invito a visitar la viña a las 07:30h… el olor a pelo mojado del perro del “caporal” cuando se te acerca a primera hora del día en vendimia, a tierra mojada el día después de la tormenta que ha supuesto un día de asueto (ideal para reponerse de las agujetas los primeros días). A sudor al final del día antes de la ducha o cuando vas al súper y coincides con los vendimiadores que recién llegados del tajo tienen que comprar el “ato” para el día siguiente. Ese olor característico del mosto y la tierra que impregnan las ropas. Cómo no… el olor a churros con chocolate los domingos. Lo cortés no quita lo valiente y los domingos, fiestas son aunque toque vendimiar. Todo es especial, el desayuno, la comida y los pasteles de la merienda, de José Andrés (DEP), Cobo o Pozuelo… Que se note que es fiesta aunque lleves desde las 8 con la cabeza por debajo del culo echando racimos a un cubo, caja o espuerta. Ahora hemos avanzado y hay remonte en el tractor. El cubero ya no tiene que hacer brazos y hombros para lanzar la uva a lo alto del remolque y por suerte, está desapareciendo el mal hábito de pisar la uva antes de llevarla a la cooperativa.
La sensación de los pies que se pegan cuando pisas el rastro de mosto que deja el tractor a su paso… los remolques que quedaban aparcados mientras el tractorista cenaba o merendaba en casa y aprovechaba el tiempo que otros perdían haciendo cola para descargar la uva a las 12 de la noche. Esos remolques suministraban algún que otro racimo de uva a los vecinos y a los que jugábamos en la calle y grano para la boca se mezclaba con los que nos tirábamos jugando al apedreo en la plaza.
Olor a FUTURO, porque la uva de hoy es el pan del resto del año para muchas familias. Hasta los que no hemos vivido directamente de la vid, sabemos la importancia de una buena cosecha. Se llama al tío Ramón Argudo (DEP) para cambiar las ventanas, cristales o persianas, si no hay calefacción o reformar el baño, suena el teléfono para pedir presupuesto… o Llaman a Calcillas o el Curro, pintores para dar un “repaso” a la casa y los más afortunados, al concesionario de la marca favorita para cambiar el coche o un tractor con más caballos. Todo ello se pagaba “a toca teja”, nada de financiación bancaria. Si había “cuartos” se hacía y si no, a ahorrar.
Por supuesto huele a feria, a fiestas patronales en muchos de los pueblos de la geografía española…Septiembre me gusta porque en este lado del globo, huele a vendimia y lo que ello supone. Rendir tributo a los santos, patrones y patronas a los que se les pide o agradece una buena vendimia sin complicaciones y a ser posible, que la uva se pague cara.
Desde hace poco, también huele a coche de inspector de la Seguridad Social acompañado de patrulla de la Guardia Civil. La vendimia ya no es una fiesta familiar como hace años, ahora todos cotizan. Qué decir de los inmigrantes… no pueden pasar por familiares, así que éstos, con más razón, a cotizar y si no tienen papeles a correr el riesgo y por supuesto, a esconderse y pedir que no pase nada por el bien de unos y de otros.
Tampoco se me olvida el olor a mercromina, yodo y alcohol del botiquín. ¿Quién no se ha llevado un tajo con la navaja o la tijera de vendimiar?. Ah, se me olvidaba: el olor a réflex para los riñones… y esas friegas con alcohol de romero que daba mamá… la ducha recién llegado a casa y la relajación que te entra. No apetece más que cena y cama.
En la mancha más céntrica, olor a melón piel de sapo pasado o sandía abierta que te han regalado llegando a la viña. Olor a goma de los guantes, a polvos de talco para los que se escuecen, a caucho de los cubos y espuertas nuevas, a chuletillas de cordero asadas con sarmientos cuando se acaba la vendimia y al tizne de la cara, al cubata que te tomas con la cuadrilla una vez terminada, al rollete del que se le presenta la ocasión con una foránea, a billetes que se cobran nada más terminada la vendimia y la fiesta que te pegas … en definitiva, huele a vida, a almas, a personas y todo lo bueno y malo que éstas traen.
La vendimia lleva miles de años en nuestra cultura, tantos como vino ha regado los gaznates y llenado estómagos de personajes humanos y divinos. El olor siempre es el mismo, solo cambian las circunstancias y las personas. Hablamos de 2011¿ha cambiado mucho del olor de la vendimia de 1975?… Lo que no se es que pasará en veinte años, ya que cada vez más, la viña está emparrada y la vendimia se hace mecánica.
Estos olores, recuerdos y vivencias forman parte de la cata, del moderno “enoturismo”, antes simplemente, vecinos familiares o amigos que cuando llegaban al pueblo se les enseñaba lo que había, la bodega, la iglesia y la plaza. El Wine UP Tour que organizo y promuevo me permite llevar estas vivencias y recuerdos a ciudades donde no hay viña y todo lo relativo al vino suena bien y apetecible, es lo que yo he llamado: “enoturismo inverso”, llevar lo mejor de la viña y la bodega a la ciudad.
Joaquín Parra es director de Wine Up Consulting®, una de las pocas empresas de España especializadas en el sector comercial y marketing de vino. Es profesor de catas, crítico de vinos y creador del curso “Gestión y Comercialización del Vino Español”. Es mantenedor y creador de la Página web www.ecatas.com, primer panel de cata de vino online, www.vinoticias.es y www.bodegassingulares.com. Autor del Manual de Cata: ¿ES BUENO ESTE VINO? Con prólogo del influyente sumiller americano Charlie Arturaola y publicado por ediciones Mundi- Prensa.
Es pionero en hablar del “enoturismo inverso” y crear una nueva alternativa al enoturismo tradicional, en este caso, se trata de transmitir los valores de las bodegas a los asistentes a las catas y que éstos programen la visita en sus próximas salidas. Actualmente está prestando un servicio innovador y pionero de Auditoria comercial vitivinícola y Auditoría para establecimientos de Enoturismo, además de crear y dirigir el proyecto “Bodegas Singulares & Vinos de Autor®” con el que viajará por ciudades españolas promocionando la cultura del vino con productos de calidad.